Los destrozos
Bret Easton Ellis
Bret Easton Ellis se ha caracterizado siempre por ser un escritor polémico, sin pelos en la lengua y con una mirada entre nihilista y despiadada hacia la realidad y hacia sus protagonistas. Desde que publicó, siendo un chavalito, Menos que cero donde un grupo de adolescentes pijos de Los Ángeles en los 80 (tenemos un calco en Historias del Kronen aquí en España) se dedicaban a ir de fiesta, follar, drogarse y, al fin y al cabo, vivir alienados en sus jaulas de oro, sus novelas han despertado siempre un profundo interés.He leído la gran mayoría (desde las más conocidas, como American Psycho, hasta las menos como Suites imperiales o Lunar Park), y, desde mi punto de vista, son bastante irregulares, teniendo en cuenta la calidad que ha demostrado alcanzar en alguna de sus obras. Así que puedo decir con total convicción que Los destrozos es la mejor de las novelas que le he leído y eso es por una serie de motivos.

A destacar
- Narrador poco fiable
- Autoficción más cercana a la ficción que la biografía
- Asesino en serie
- En algunos momentos roza la novela de terror
Ellis siempre ha intercalado en sus novelas hechos biográficos comprobables con ficción. Lo hace porque le encanta jugar al despiste y como herramienta para dotar a sus novelas de unos limites muy lejanos para la ruptura el punto de credulidad, es decir, que la verosimilitud que consigue en sus historias es a prueba de bombas. Aunque sea una locura creerte lo que te está contando.
En Los destrozos, no en vano he mencionado su primera novela, Menos que cero, nos traslada, argumentalmente a la época en la que su trasunto, Bret Ellis, protagonista de esta novela, estaba escribiéndola. Es decir, durante su último año antes de ir a la universidad. Nos cuenta en primera persona su vida en los primeros meses de ese último curso, la relación con su grupo de amigos –niños pijos de clase alta con familias desestructuradas que les garantizan un bienestar material y el acceso a cualquier lujo que quieran y descuidan el bienestar emocional que es lo que los lleva a ser casi juguetes rotos–, la doble vida que lleva debido a estar encerrado en el armario de la homosexualidad, la aparición de un nuevo alumno que será el catalizador de lo que está por venir y la presencia, en los bordes de su realidad, de un asesino en serie «el arrastrero» que parecerá tener algo que ver con la vida del grupo.
Esta sería una pequeña semblanza de lo que nos cuenta, en primera persona, lo que decía, el propio Ellis, añadiendo al combinado, por supuesto, un aderezo de drogas, alcohol y mucho sexo, tanto heterosexual como homosexual. Por eso, no nos podemos fiar de lo que nos cuenta ese alquimista que nos habla. No solo porque mezcle ingredientes reales con imaginarios en su búsqueda de transformar su narración en oro (cosa que consigue) sino porque también en muchos momentos, lo que nos cuenta esa voz, esos pensamientos, esa mentalidad en la que nos hemos ido adentrando a fuerza de miles de detalles, no concuerda con lo que explica.
Y aquí me explico yo. Para empezar los diálogos. Se produce una sensación, sobre todo al principio de la novela, de confusión entre lo que dicen los protagonistas y la interpretación de lo que dicen que hace el narrador. Incluso teniendo en cuenta que el propio narrador también dialoga. Al principio puede parecer que hay una falta de destreza del autor a la hora de hacer hablar a sus personajes, pero nada más lejos de la realidad porque esto es totalmente deliberado. El desencaje entre lo dicho y su interpretación o las consecuencias que tienen esos diálogos en las acciones de sus personajes busca ese desencaje. Y lo hace precisamente para sembrar la duda en el lector de que lo que le cuenta el narrador sea cierto. Pretende hacer peligrar la credulidad del lector y de ahí que este narrador sea poco fiable y el autor quiera hacer desembocar al lector en un delta lleno de duda sedimentada y con una sonrisa perpleja ante el espectáculo desplegado. ¿Qué ha pasado aquí?
Continúa también y hacia el final de la novela, en ese afán de sembrar la duda, con una especie de esquizofrenia entre lo que piensa que hace el personaje y lo que en realidad hace. Y, ¿por qué lo sabemos si vivimos en la cabeza del personaje? Porque también nos explica las consecuencias de sus acciones y estas, de nuevo, no cuadran con lo que ha pensado que ha hecho, aunque él tenga una explicación plausible para esta extraña dicotomía.
Conseguir esto es magistral en el campo de la ficción. Si además le sumas la musicalidad, el talento en la redacción y el uso del lenguaje que consigue Ellis (esta vez el autor y no su alter ego protagonista) tienes una novela en la que no importa (al menos a mí que me suele importar mucho y que es lo que me ha alejado de autores como Bolaño) que los mil millones de detalles que le añade a la trama y que, en principio, parecerían superfluos, no solo se sientan interesantes sino que se quieran devorar.
Y es que desengañémonos, esta es una novela en que un grupo de niños pijos no saben que hacer con sus vidas entre lujos, fiestas, sexo y nihilismo, donde su protagonista sufre un profundo ataque de paranoia que le hace pensar que la llegada de un nuevo chico a su escuela y a su grupo de amigos tiene que ver con la presencia de un extraño asesino en serie.
Pero ya sabéis lo que dicen, la paranoia es como la traición, si prospera nadie la llama traición (o paranoia).
Sobre el autor
Bret Easton Ellis (Los Ángeles, 7 de marzo de 1964) es un novelista estadounidense, considerado el mayor exponente de la generación X en literatura, y uno de los autores posmodernos más relevantes de la actualidad. Escritor polémico, ha dejado a pocos lectores indiferentes, suscitando críticas negativas y positivas por igual. Ha sido considerado por algunos críticos como el nuevo Ernest Hemingway, para luego ser relegado a un segundo plano por muchos debido a la supuesta frialdad y escabrosidad de su prosa. Es, además, periodista, ensayista, editor de revistas literarias, conferenciante y académico.2
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