Espejo
No tenía ninguna intención. No tenía nada de esto previsto.
Habitualmente, cuando estoy enfrascado en una época en la que acabo de terminar de escribir algo, lo he editado, lo he enviado a editoriales (y estoy a la espera de una respuesta: como la reflexión de la luz sobre la superficie de un embalse), no tengo la cabeza para escribir o, como se diría en otros contextos, no tengo «er xoxo pa farolillo».
Es más, tampoco cuando recibo todos los rechazos de las editoriales y acabo decidiendo montármelo por mi cuenta (esto me recuerda a la canción de Ismael Serrano… «mejor solo, que mal acompañaaaaadoooo»), no me da la cabeza para ponerme a escribir. El proceso de convertir un word en un archivo como el que pide amazon para imprimir, convertirlo también en epub y publicarlo, me mantiene completamente sorbido el seso. Pero no acaba ahí la cosa, cuando publico mi libro, empieza el momento de difusión, el momento spam entre amigos, conocidos, familiares y redes. Ahí ya sí que se va todo. Que si graba un booktrailer, que si haz un vídeo hablando del libro, que si publica mil entradas en Ig y twitter… En fin, que no, que me es imposible ponerme a escribir de nuevo. No tengo más ideas que las enfocadas a la difusión y promoción del nuevo libro.

Chorro, chorrote
Por eso, en esta ocasión, me ha extrañado mucho lo que me ha sucedido. Es decir, he sentido la perentoria necesidad de ponerme a escribir de nuevo, cuando todo lo relacionado con el libro anterior permanece latente, en sus ritmos. Cuando todo lo que anteriormente, con otros libros, me prevenía de ponerme a escribir.
Esto me lo explico a través de diversos motivos. El pasado fin de semana aprovechamos que el lunes era festivo en Barcelona para acudir a un lugar que sentimentalmente ocupa un especio predominante en mi mundo emocional. Si a eso le sumas un par de cosas más (la amenaza de que un incendio hubiese acabado con mi lugar de culto preferido y que no haya sido así, por un lado, y la efemérides en que lo hemos visitado, por otro), no he podido evitar sentir la perentoria necesidad de ponerme escribir. Y más, teniendo en cuenta donde acaba el anterior libro y donde va a empezar este.
Para cada manuscrito que inicio me pongo, llamémoslo así, instrucciones. Sé que eso hace que resulten manuscritos diferentes. No sé cómo, pero así ha sido con cada uno de ellos. En este caso, he decidido hacer lo contrario que hice con el anterior. Aquí no contendré el número de palabras diarias como sí hice con el anterior. Aquí pienso dejar que salga como salga, desde el «regalim» menos fluido hasta el chorro más aplastante. Luego le daremos forma y veremos si el caudal da para navegar, para llegar al mar o para descubrir continentes desconocidos y nuevas tierras que explorar.
Supongo que tiene que ver, también, con la escasa fabulación que me exige lo que ahora escribo. Veremos adonde llegamos.
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